Me libero del cuento Donde yo soy la mala Y tu la buena O yo soy la buena y tu la mala Y con ello, desde niñas aprendimos a rivalizar, a tener miedo, a competir A mirar con sospecha y llenarnos de miedos para no crecer
Me libero del cuento, Donde las madrastras son malas y brujas ; desean siempre nuestro mal. Conozco mujeres amorosas que han cuidado, amado e impulsado a hijas aunque no sean de su vientre, pero si de su corazón
Me libero del cuento, Donde hay un solo príncipe y yo permanezco o dormida, o limpiando entre cenizas, o escondida en un bosque, o atrapada en un castillo Cómo si en mi no hubiera fuerza para rescatarme y salir yo a buscar lo que mi alma necesita y no siempre es un príncipe
Me libero del cuento, Donde las reinas y las brujas son inseguras y llenas de envidia por la belleza y la juventud Como si con los años no aprendiéramos a encontrar nuestro lugar, nuestra belleza sin rivalizar.
Me libero del cuento, Donde solo hay hermanastras, hadas celosas, sin figuras de mujeres Cómo hermanas, compañeras, que buscan sus propios sueños más allá de la belleza o de querer un castillo encantado.
Quiero una vida y no un cuento Donde las mujeres encontremos paz unas con otras Donde la unidad, hermandad, comprensión y lugar; sea para cada una Desde su alma y no desde su cuerpo
Me libero del cuento Te libero del cuento
En mi vida Las mujeres que me rodean Somos hermanas
Nacida en la localidad asturiana de Canero el 30 de noviembre de 1938, Margarita Salas Falgueras es bioquímica. Licenciada en Ciencias Químicas por la Universidad Complutense de Madrid, fue discípula de Severo Ochoa, con quien trabajó en los Estados Unidos. En la actualidad es profesora vinculada ad honorem del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). y desarrolla su trabajo en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa de Madrid. También es académica de la RAE. En 2016 se convirtió en la primera mujer en recibir la Medalla Echegaray que concede la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Margarita Salas: la científica tenaz que sigue rompiendo barreras
CUENTO: EVA HERRERO DE LUCAS | ILUSTRACIÓN: ISABEL POZO MONTERO
Cuando la abuelita Isabel se sentaba en su hamaca para contar historias, sus nietos se arremolinaban a su alrededor. No faltaba ni el viejo perro del abuelo que siempre tenía frío y se acurrucaba a sus pies.
—Niños, ¿sabéis que en estas tierras asturianas han nacido personas muy importantes?
—Sí, ¡muchos! —respondieron los dos a la vez.
—¿Sabéis lo que son los premios Nobel?
—Sí, ya… eso nos lo cuentan en el cole… —respondió Jaime.
—Eso está muy bien. ¿Y sabéis que en Luarca, el pueblo marinero donde vais los domingos, nació una persona que llegó a conseguir uno?
—Ah sí, ¿quién? —preguntó Lucía.
—El científico Severo Ochoa. Pero no os mováis tanto que esta historia no va de un asturiano, sino de una asturiana muy pero que muy importante.
Un día Severo Ochoa fue a comer paella a casa de un primo suyo y allí conoció a Margarita Salas, la hija de su primo. La joven estudiante de Ciencias Químicas se quedó fascinada con los trabajos de investigación del primo de su padre y éste le prometió enviarle un libro. El libro llegó desde una ciudad muy lejana llamada Nueva York, que era donde vivía Severo Ochoa, y trataba sobre la biología molecular.
—¿Y eso qué es? —replicaron los niños a la vez.
—Ummm, es difícil de explicar—respondió la abuela— veréis, nosotros estamos formados por unas cosas muy pequeñas que se llaman células, pues bien, dentro de esas células aún hay cosas más pequeñas todavía que se llaman genes y que contienen nuestra información genética, o sea, lo que nos hace rubios, morenos, altos… la biología molecular estudia el material de estos genes, que se llama ADN.
Margarita leyó el libro de cabo a rabo y ya no tuvo dudas: decidió que sería científica y que se dedicaría a descubrir todos los secretos del ADN.
En la Facultad de Ciencias Químicas estudiaba mucho y trabajaba sin descanso en el laboratorio con sus tubos de ensayo y sus potingues y no lo tuvo nada fácil puesto que estaba en un mundo de hombres.
—Abuelita —interrumpió Lucía-—¿es que los hombres habían comprado el mundo?
La abuela sonrió.
—No mi vida, no lo habían comprado, pero en esos tiempos las mujeres no solían hacer carreras universitarias, sino que se quedaban en casa y cuidaban de su familia. Pero los padres de Margarita eran diferentes y quisieron que todos sus hijos estudiaran, sin importar si eran chicos o chicas.
Además, Margarita tuvo la suerte de enamorarse de un hombre maravilloso que se llamaba Eladio y también era un apasionado de la biología molecular. Margarita y Eladio se casaron y emprendieron juntos el camino de la vida y de la investigación científica.
Margarita hizo su tesis, no sin pocos obstáculos. Años después, su director de tesis reconoció que la primera vez que habló con la joven estudiante pensó: “Bah, una chica. Le daré un tema de trabajo sin interés, y si no lo saca adelante, no importa”.
Pero resultó que sí lo sacó adelante, y de forma brillante. Por eso, recibió una beca gracias a la cual el joven matrimonio se fue a Nueva York para trabajar en el laboratorio de Severo Ochoa.
En Nueva York, Margarita y Eladio vivieron unos años apasionantes, pero decidieron que querían llevar a su país todo lo que habían aprendido. Así que volvieron a España y Margarita empezó a dirigir un laboratorio.
—¿Qué es dirigir un laboratorio, abuelita? —preguntó Jaime.
—Es como ser la jefa, la que más mandaba en el laboratorio. Con ella trabajaba un grupo de científicos.
—Ah, ¿y era buena jefa? —insistió Jaime.
—Tan buena que entre todos descubrieron un montón de cosas importantes para que nosotros podamos vivir sanos. Y no solo se dedicó a ser la jefa del laboratorio, sino que enseñaba en la facultad, era profesora.
Y esta es, mis queridos niños, la historia de una asturiana luchadora y emprendedora que eligió una profesión en la que la mayoría eran hombres, pero que, a pesar de ello, siguió adelante hasta conseguir su sueño de ser una gran científica.
—¿Y ahora es una abuelita como tú? —preguntó Lucía.
—Sí, se ha ido haciendo mayor, claro —respondió la abuela entre risas—, pero continúa trabajando a diario en su laboratorio. Su siguiente sueño es seguir haciéndolo hasta cumplir por lo menos ¡cien años!
Y así es como Margarita Salas, gracias a su pasión por la ciencia, su tesón y su entrega, se ha convertido en pionera mundial en biología molecular y una autoridad en su campo, además de un referente fundamental para las mujeres científicas en España y en el mundo.
«Para que el amor sea natural y limpio, como el agua que bebemos, ha de ser libre y compartido; pero el macho exige obediencia y niega placer.
Sin una nueva moral, sin un cambio radical en la vida cotidiana, no habrá emancipación plena. Sí la revolución social no miente, debe abolir, en la ley y en las costumbres, el derecho de propiedad del hombre sobre la mujer y las rígidas normas enemigas de la diversidad de la vida.»
Palabra más, palabra menos, esto exigía Alexandra Kollontai, la única mujer con rango de ministro en el gobierno de Lenin. Gracias a ella, la homosexualidad y el aborto dejaron de ser crímenes, el matrimonio ya no fue una condena a pena perpetua, las mujeres tuvieron derecho al voto y a la igualdad de salarios, y hubo guarderías infantiles gratuitas, comedores comunales y lavanderías colectivas.
Años después, cuando Stalin decapitó la revolución, Alexandra consiguió conservar la cabeza. Pero dejó de ser Alexandra…..
A los dieciocho años, se fuga en brazos de su preceptor. A los veinte se casa, o la casan, a pesar de su notoria incompetencia para los asuntos domésticos. A los veintiuno, se pone a estudiar, por su cuenta, lógica matemática.
No son ésas las labores más adecuadas para una dama, pero la familia le acepta el capricho, porque quizás así pueda entrar en razón y salvarse de la locura a la que está destinada por herencia paterna.
A los veinticinco, inventa un sistema infalible, basado en la teoría de las probabilidades, para ganar dinero en las carreras de caballos. Apuesta las joyas de la familia. Pierde todo.
A los veintisiete, publica un trabajo revolucionario. No firma con su nombre. ¿Una obra científica firmada por una mujer? Esa obra la convierte en la primera programadora de la historia: propone un nuevo sistema para dictar tareas a una máquina que ahorra las peores rutinas a los obreros textiles.
A los treinta y cinco, cae enferma. Los médicos diagnostican histeria. Es cáncer. En 1852, a los treinta y seis años, muere. A esa misma edad había muerto su padre, lord Byron, poeta, a quien nunca vio. Un siglo y medio después, se llama Ada, en su homenaje, uno de los lenguajes de programación de computadoras