En 1966 una joven latina, estudiante de enfermería, se preocupó al descubrir que en los procedimientos cotidianos que le exigiría su profesión no siempre tenía a mano agua y jabón para lavarse. Es más: se podría afirmar que sólo en escasas ocasiones eso sucedía. Por lo general, sólo al comienzo y al final de la jornada laboral.
Sabía que los médicos y enfermeras no contaban con la posibilidad de lavarse las manos ante cada tarea y ante cada paciente. Era rigurosa la asepsia previa al quirófano y durante una cirugía, pero no así en la atención clínica cotidiana. También se conocían desde hacía casi 100 años (desde 1875) las propiedades del alcohol que era utilizado como desinfectante en medicina. Así fue que a Hernández se le ocurrió inventar una sustancia con fuerte presencia del alcohol, que fuera fácil de acarrear y cumpliera el efecto de librar las manos de gérmenes y bacterias. De esa manera nació el alcohol en gel