La cerveza es la tercera bebida más consumida del mundo, y su historia se remonta a más de 4,000 años atrás. Y en estos milenios la cerveza ha estado siempre estrechamente ligada a las mujeres, consumidoras pero sobre todo productoras durante al menos 3,500 de esos años.
Las mujeres fueron las primeras en hacer cerveza, ya que al ser algo de cocina se consideraba ideal para el rol doméstico de la mujer. Las recetas se pasaban de madres a hijas por generaciones y las mujeres tenían el control absoluto de la producción, que era consumida por toda la población.
Ya hay registros de cerveza en el 2000 a.C., en los territorios de Sumeria, hoy Irán. Las mujeres eran responsables de preparar esta bebida que daba ánimos a los constructores de la civilización y era un eje social. En Egipto la bebían desde el esclavo hasta el Faraón, y era preparada por las mujeres en un área especial bajo la supervisión de la señora de la casa. En la sociedad vikinga las mujeres también producían cerveza.
En el siglo XI, la monja Benedictina Hildegard von Bingen, mística y herbalista, introdujo el uso de lúpulo para preservar el líquido y dar amargor, y transformó la elaboración de la bebida. Al día de hoy von Bingen es considerada una santa patrona de la cerveza.
La producción de cerveza se extendió por toda Europa y el Nuevo Mundo, siempre controlada por mujeres.
La asociación entre mujer y cerveza terminó con la Iglesia católica, y los esfuerzos para separar mujeres y cerveza tenían como intención evitar que se “distrajeran” de su “propósito principal”: la maternidad.
Un estudio publicado en 2014 indica que sólo 4% de los maestros cerveceros son mujeres y por todos lados es fácil encontrar tanto a quienes dicen que una mujer bebiendo cerveza es vulgar e inapropiado, como a quienes afirman que las mujeres “también” pueden hacer o beber cerveza, ambos lados ignorantes de que la cerveza comenzó con las mujeres.
Las asociaciones y cervecerías enfocadas a impulsar a mujeres en la industria deberían de reclamar su lugar como creadoras.